“No voy a ser un viejo jubilado que se pone en un rincón a escribir las memorias. Yo no voy a escribir nada, no tengo tiempo, tengo cosas para hacer” (José Mujica).
Usted estará de acuerdo en que somos una sociedad con ideas curiosas acerca de lo útil y lo inútil de la vida, la importancia de los acontecimientos, la relatividad de la verdad y el aporte calórico de las bebidas alcohólicas. Quizá coincida en que los seres humanos cada vez más estamos siendo considerados, más que personas, un expediente que se identifica con un número, cuyas hojas revelan lo que hemos sido y dónde estamos en la cadena alimenticia de la organización. Los méritos y trayectoria se registran de acuerdo con una escala de medición que puede ser la tabla de puntajes de los programas de estímulo a la superación o a la carrera docente cuando somos trabajadores de la educación, que documentan los pasos de la profesionalización y el desempeño en el puesto, la antigüedad, entre otros datos que nos resumen y clasifican.
En el entramado de las definiciones personales también intervienen instituciones como los bancos y una cauda de organismos gubernamentales que generan, catalogan y clasifican información sobre nuestro historial crediticio, la escolaridad, el estado civil, el alta en el padrón electoral, los antecedentes penales, la salud, entre otros. Cada uno de nosotros es una fuente cotidiana de datos que son compulsivamente analizados de acuerdo con criterios que transitan de lo puramente administrativo a lo llanamente punitivo. Aquí cabe aclarar que el sistema no se mueve en respuesta a la necesidad de información de usted, sino al de la dependencia oficial que lo requiere. Queda claro que la relación entre usted y el sistema es vertical descendente: el sistema lo puede cuestionar, pero usted no puede cuestionar al sistema. Si a alguien se le ocurre alegar que la calidad de ciudadano permite exigir al gobierno respuestas, le contestarán que así es, pero que la investigación la lleva el órgano oficial competente y usted, como ciudadano, pudiera estar implicado en algo que por razones de seguridad eventualmente se deberá investigar.
Como usted sabe, la nación es el escenario de una lucha extraña y desigual en la que participan los viejos, los trabajadores que pasaron a retiro en las diversas dependencias oficiales, universidades y otros centros de trabajo que se pensionaron o jubilaron de acuerdo con los diversos regímenes de seguridad social nacionales o estatales. En los distintos medios de información es ya frecuente que se hagan denuncias sobre fondos pensionarios perdidos, de fondos evaporados, de fraudes ligados a los ahorros de los trabajadores y que no se han destinado a los fines que les son propios: garantizar una fuente de ingresos que permita una vejez tranquila y decorosa. Las evidencias demuestran que el ahorro de los trabajadores ha servido para el enriquecimiento súbito de empresas ligadas al sistema financiero y crediticio privatizado en la década de los 90, así que el ahorro logrado durante décadas hoy sirve para financiar aventuras especulativas y trapacerías electorales.
Pero, si los trabajadores en activo sufren la perversidad de las reformas laborales que abaratan el despido y nulifican derechos adquiridos, los jubilados son víctimas de la retórica destructiva del Fondo Monetario Internacional y del retroceso en materia de seguridad social que propicia el modelo neoliberal. Aquí se vive una guerra por la sobrevivencia de los viejos en una lucha desigual donde la humanidad y la solidaridad parecen ser palabras sin sentido, aún en el seno de las organizaciones sindicales que se reputan como democráticas e independientes.
Lamentablemente, en el sindicalismo se vive una etapa de trivialización de aquellos valores que le dieron sentido y coherencia; es decir, la solidaridad como el hilo conductor entre una y otra generación en la construcción de espacios democráticos y progresistas, con una mística clara de defensa de sus derechos colectivos y de la independencia de la organización. Como es natural, la equidad es un principio esencial al interior de la organización, de suerte que los logros en las luchas por mejores condiciones salariales y contractuales son extensivos al personal en retiro, particularmente en lo referente a las mejores condiciones de jubilación, salud y seguridad social; situación que ha sufrido cambios en demérito de la relación intergeneracional que afectan a los pensionados y jubilados. Un ejemplo de ello es lo que ocurre en el seno del sindicato universitario STAUS, con la decisión de excluir a los trabajadores retirados del disfrute de becas para los hijos y el derecho de los cónyuges de los fallecidos a acceder al beneficio del fondo mutualista. Cabe señalar que esta exclusión es por una decisión interna al margen del Contrato Colectivo de Trabajo.
Cabe recordar que el trabajador jubilado aportó durante toda su vida laboral al fondo mutualista, que luchó por el logro de mejores condiciones salariales y contractuales y que aportó su tiempo y esfuerzo en la construcción y consolidación de su organización sindical. Ya aportó, ya cotizó, ya luchó, ya logró y ya participó activamente en beneficio de todos cuantos han estado, están y estarán en el sindicato. Regatear este derecho ganado es reducirnos a cualquier especie de organización clientelar presa de los afanes mercantiles de la ideología neoliberal.
Los viejos de hoy son los luchadores de ayer, los constructores de los que tenemos y la conciencia crítica de la organización. Como mínimo se debe exigir que haya respeto y trato justo. No es un favor sino el pago de una deuda. Hoy más que nunca debemos entender que los trabajadores retirados son personas, no expedientes que se archivan en tumbas burocráticas, no son figuras retóricas sino nervio y fuerza que apuntala y alimenta en el tiempo los sueños de los trabajadores del presente.