“Las huelgas, cuando quiera y donde quiera que surjan, merecen el respaldo de todos los compañeros de trabajo. Ellas muestran que la gente está empezando a conocer sus derechos, y conociéndolos, se atreven a mantenerlos” (Benjamin Tucker).

El 1 de mayo es un día altamente significativo para quienes gustan de recordar fechas heroicas sin sudar ni despeinarse. La lucha de los trabajadores por mejores condiciones de trabajo, humano y justamente retribuido garantiza hoy la protección legal que debe disfrutar quien tiene un empleo formal, es decir, con reconocimiento de antigüedad, salud y seguridad social, lo cual no se hubiera logrado sin la acción colectiva de los trabajadores que hoy consagra el derecho laboral y que se conoce como el derecho a huelga que garantiza el reclamo y la acción de quienes hacen posible la vida económica, política, cultural e histórica de la nación en aras de mantener el alma pegada al espinazo.

El derecho laboral en general y el de huelga en particular garantizan la moderación de los afanes de lucro y los abusos de los empresarios siempre deseosos de que las cosas les salgan gratis, o de las instituciones públicas y privadas que tienen la idea de que deben reducir costos por la vía de estrangular el ingreso de los trabajadores, o de los ciudadanos que siendo empleados piensan y actúan como si fueran los patrones y defienden la explotación de la fuerza de trabajo por medio de las artes oscuras del descrédito social que se expresa en expresiones como “otra vez en huelga, huevones pónganse a trabajar”, “si no les gusta este empleo pues renuncien y búsquense otro”, “otra vez paralizando la escuela, qué no piensan en el derecho a la educación de los jóvenes”, “deberían cerrar la universidad, correr a todos y empezar de nuevo”, “el gobierno debe promover leyes que restrinjan el derecho a huelga”, “no debe permitirse que se paralicen las actividades así nomás”, “la paralización de las actividades es ilegal y habrá medidas disciplinarias”, “la huelga es un recurso obsoleto y deben buscarse formas de presión que no afecten intereses de terceros”, entre muchas más que usted seguramente conoce y que el gobierno recoge con mal disimulado entusiasmo.

En México tenemos una situación económica general de escalofriante surrealismo, ya que más de la mitad de los niños de 11 años está en situación de pobreza, lo cual no es extraño si consideramos que el 57 por ciento de la población se encuentra en la informalidad mientras que, del total de la población, sólo el 53.7 por ciento tiene acceso a instituciones de salud. De la población ocupada, sólo el 3.4 por ciento tiene ingresos que permiten acceso a condiciones de bienestar, mientras que el 20.6 por ciento vive en la precariedad absoluta y menos del 35 por ciento de los que tiene un empleo están afiliados a un sistema de pensiones para el retiro. Como dato final, solamente el uno por ciento de la población ocupada tiene ingresos superiores a 10 salarios mínimos (Coneval).

Como usted podrá imaginar, las condiciones del 99 por ciento de la población mexicana ejemplifican claramente un conjunto humano susceptible de caer en la manipulación criminal o en acarreo político-electoral por razones de desesperación, abandono y baja autoestima, pérdida de sentido de la realidad o anestesia moral. La gente sufre carencias de toda índole, carga con su existencia en el día a día de quien no tiene esperanzas, en espera de lo que caiga, dispuesto a dejarse llevar por el primer señuelo monetario que se le presente, donde están incluidos los trabajos propios de la delincuencia ocasional o de subsistencia, la incorporación a actividades ilícitas en forma organizada, el servicio de paleros y apoyadores de políticos con despensas, materiales de construcción a la mano y eventuales tarjetas de débito cargadas de míseras cantidades que seducen por la fascinación del plástico y su posible convertibilidad en artículos para el hogar o alimentos. Al precarismo económico sigue el moral y político, donde la conciencia ciudadana solamente resulta una molestia para la víctima del sistema que lo degradó.

Este deterioro de la dignidad y adormecimiento de la conciencia puede y debe ser revertido mediante un ejercicio colectivo de defensa legítima de los derechos de los trabajadores y los ciudadanos donde la educación sindical es fundamental. En el mundo laboral, la lucha por el empleo y el ingreso decente es prioritaria y la forma última de defensa es la huelga. La huelga representa el ejercicio legal, político e histórico de un derecho irrenunciable y su entendimiento hace crecer al sindicato y, eventualmente, a la propia empresa.

Estamos en un mayo preelectoral, donde los candidatos del viejo sistema explotador fingen reclamos y suman puntos de convergencia contra quien amenaza con destapar cloacas y enderezar renglones. Siendo un momento señaladamente político, las organizaciones de trabajadores no debieran temer reflexionar y asumir una posición crítica respecto a sus condiciones generales de trabajo, a su nivel de ingreso, a los logros en materia de bienestar y seguridad social, al respeto a sus contratos colectivos, y a la honestidad y compromiso de sus cuadros dirigentes. Su deber es luchar para avanzar.

La conmemoración del 1 de mayo no debe ser un mero espectáculo donde las cúpulas ven marchar a sus empleados, escuchan sus demandas, aguantan sus protestas y eventuales exabruptos. Debe ser la celebración de la voz y la voluntad de los trabajadores que se levanta en defensa de la dignidad de quienes hacen posible la producción y el progreso de la sociedad con su esfuerzo cotidiano. Debe ser una advertencia contra los abusos y la falta de respeto a los contratos colectivos y las condicione generales de trabajo, por parte de una clase trabajadora que entiende su papel transformador en la historia y que lo asume con valor y determinación. El 1 de mayo debe ser, simplemente, la manifestación pública de una ruta que se recorre todos los días. Tratemos de conciliar el ser con el deber ser y demostremos conciencia y voluntad de cambio. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo.

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