“Los trabajadores seguimos siendo el pariente pobre de la democracia” (Marcelino Camacho).
Se hacen los preparativos para el desfile del 1 de mayo, conmemorativo de la huelga iniciada por los trabajadores que reclamaban la extensión de la jornada de trabajo y exigían que fuera de ocho horas, en Chicago, EEUU, 1886. Los huelguistas fueron duramente reprimidos y la matanza en manos de las fuerzas policiacas tiñó de rojo las calles y la memoria de esta lucha laboral que finalmente resultó triunfante.
Estamos a punto de conmemorar el 133 aniversario del sacrificio de los huelguistas y mucha agua ha pasado por debajo del puente de la justicia laboral en México y el mundo que orbita la hegemonía del dólar y el modelo económico que impulsa y defiende nuestro vecino del norte. Para nadie es desconocido que el sistema capitalista labró su modernización mediado por el avance tecnológico y científico, y que una nueva concepción del mundo y la vida se fue perfilando en la memoria colectiva y en la conciencia internacional, emergiendo la clase obrera como el elemento genético-dinámico de la nueva sociedad y sus cambios sucesivos. Sin embargo, por el lado del capital muy pronto se erigieron verdaderas murallas legales para coartar las libertades conquistadas y se empezaron a regatear derechos fundamentales e inalienables como son la seguridad en el empleo, el ingreso y la seguridad social.
Las expectativas de una vida digna fundada en el trabajo como generador de riqueza se convirtieron en una utopía, en un sueño frente a una realidad donde el capital se lleva la mayor parte y el trabajador debe conformarse con las migajas del salario mínimo, los topes salariales y la privatización del ahorro generado en los sistemas de pensiones y jubilaciones. La seguridad social se privatiza en el último tramo del siglo XX y la expectativa de una vejez en condiciones decorosamente humanas se topa con las minusvalías de los sistemas privados de administración de fondos pensionarios, Afores, donde las comisiones aumentan y los ahorros disminuyen a la par que los ingresos de los trabajadores retirados presentan severos quebrantos.
Queda claro que los ahorros de los trabajadores deben protegerse y jamás ponerlos en manos de empresas privadas que buscan recursos frescos para sus aventuras de especulación y riesgo de dinero que no les pertenece y sobre el cual escasamente reconocen alguna responsabilidad en caso de pérdidas, como queda demostrado en nuestra experiencia tras las reformas de las Leyes del IMSS y del ISSSTE. Es un hecho que las afores ligadas a la banca trasnacional han proliferado y que buscan afanosamente hacerse con los ahorros de los trabajadores, pero también lo es que un fondo pensionario no debe participar en juegos de ruleta y, en todo caso, debe tener el respaldo del gobierno o las instituciones públicas regidas por las leyes nacionales para garantizar su permanencia y recuperación. En el momento histórico presente, las luchas por recuperar los fondos pensionarios en manos de empresas privadas es cosa de todos los días a lo largo y ancho de nuestro continente y México no es la excepción en el reclamo por restablecer el sistema de reparto solidario.
En este marco, resulta verdaderamente incongruente que las instituciones que permanecen en el sistema de reparto solidario traten de pasar a otro de carácter privado. La evidencia histórica demuestra que el Estado debe ser el garante de la seguridad social, como lo establecen los acuerdos internacionales que ha suscrito nuestro país desde antes de la época neoliberal inaugurada por Miguel de la Madrid Hurtado y Carlos Salinas de Gortari. En Sonora, debemos hacer valer los derechos de la clase trabajadora y decir un categórico NO a la privatización de la seguridad social. Aquí, como en muchas otras causas sociales, los universitarios están llamados a honrar su carácter de conciencia crítica de la sociedad y salvaguardar los avances que en materia laboral y social ha logrado el movimiento universitario a lo largo de sus luchas, desde la fundación de los sindicatos STEUS y STAUS en la Universidad de Sonora, y ser solidarios con las luchas de sus compañeros de clase que laboran en otras ramas de la actividad económica estatal.
Muchas cosas han cambiado desde los aciagos días de mayo 1886; mucha sangre ha corrido por los veneros de las fábricas, los comercios, las explotaciones rurales y las universidades; imposible dejar de lado lo que se ha perdido y lo que se ha logrado. La experiencia manda y llama al compromiso, porque el respeto por una tradición de lucha que nos identifica y nos une no se puede ignorar y menos traicionar. De otra manera, el desfile del 1 de mayo sería solamente un acto público de efectos mediáticos, pero carente de contenido y trascendencia. Seamos congruentes y cumplamos con nuestro deber.